Mostar es una ciudad dividida por un puente que intenta, desde siempre, unir dos mundos. En mi primer encuentro con Mostar, me encontré caminando sin rumbo por sus calles de piedra, sintiendo el peso de su historia en cada paso.
Las piedras del Puente Viejo de Mostar parecen susurrar a quien las cruce. Su arquitectura es un delicado balance entre belleza e historia, entre lo que fue y lo que renació. Mostar, en Bosnia y Herzegovina, es mucho más que una postal de su famoso puente. Es una ciudad donde cada piedra y cada sombra tiene una historia, donde la convivencia entre culturas ha sido tan constante como las tensiones que la han sacudido. Aquí, las aguas del río Neretva fluyen serenas bajo la estructura reconstruida, llevando consigo la memoria de la guerra y el renacimiento.
El Puente Viejo: Historia y Renacimiento
En 1993, durante la guerra de Bosnia, el Puente Viejo—Stari Most—fue destruido por el fuego cruzado. Para muchos, esa imagen encapsuló no solo la tragedia de Mostar, sino la descomposición de una nación. Pero su historia empieza mucho antes. Construido en el siglo XVI por los otomanos, era un símbolo de la unión entre Oriente y Occidente. Su arco único era una hazaña de ingeniería que conectaba dos lados de la ciudad, uniendo musulmanes, croatas y serbios en su vida cotidiana.
La caída del puente dejó una herida abierta. No solo se perdió un monumento arquitectónico; se fragmentó un símbolo de cohesión cultural. Sin embargo, su reconstrucción en 2004, piedra por piedra, usando técnicas tradicionales, marcó el renacimiento de Mostar. Hoy, cruzar el puente no es solo un acto físico, sino un viaje simbólico entre el pasado y el presente, entre la guerra y la paz.
El salto al vacío
De repente, una figura salta desde lo alto del Stari Most, cayendo en picado hacia el agua. Es uno de los famosos saltadores de Mostar, hombres que desde hace generaciones desafían las alturas y el frío del río como un rito de paso. Me quedo sin aliento, como si con ese salto, por unos segundos, toda la ciudad quedara suspendida en el aire, flotando entre el pasado y el presente.
El salto del puente no es solo una prueba física, sino un acto simbólico: un salto hacia el abismo de la memoria y el futuro. Es el reflejo de una ciudad que, como su puente, sigue resistiendo, aun cuando el río que la atraviesa trae consigo ecos de un conflicto que la partió en dos.
La Convivencia entre Culturas
Mostar siempre ha sido un cruce de caminos. Aquí, los sonidos del adhan, el llamado a la oración musulmana, se mezclan con las campanas de las iglesias católicas y ortodoxas. Paseando por las calles adoquinadas del casco antiguo, se percibe una atmósfera donde el islam, el cristianismo y el judaísmo han cohabitado durante siglos. Es una ciudad que palpita con diversidad.
Sin embargo, esa diversidad también ha sido fuente de conflictos. El barrio croata y el barrio bosnio, a cada lado del río, han vivido décadas de tensiones. Aunque el Puente Viejo fue reconstruido, el tejido social de la ciudad ha sido más difícil de remendar. Caminando por el lado bosnio, se siente el impacto de la guerra en los edificios llenos de agujeros de balas. Del lado croata, los cafés rebosan de juventud, una generación que, poco a poco, está reconstruyendo no solo la ciudad, sino también su identidad.
Pero hay destellos de esperanza. Las nuevas generaciones han comenzado a ver el Puente Viejo no solo como una estructura de piedra, sino como un recordatorio de lo que puede ser Mostar: un lugar donde las diferencias culturales no sean barreras, sino puentes hacia el entendimiento.
Renacimiento tras la Guerra
Mostar no ha sido solo testigo de la destrucción, sino también del resurgimiento. Hoy, mientras los turistas se asoman al Puente Viejo, las cicatrices de la guerra son visibles pero no determinantes. La vida cotidiana ha retomado su curso. Los mercados bullen con el aroma del café bosnio, y las tiendas ofrecen artesanías de cobre que parecen contar leyendas de siglos pasados.
La guerra no se olvida, pero tampoco define completamente a la ciudad. Los festivales de música, las galerías de arte y los eventos culturales que florecen cada año son testigos del nuevo capítulo que está escribiendo Mostar. Es una ciudad que, como su puente, ha renacido de las cenizas, sosteniendo sobre sus hombros la carga del pasado, pero mirando hacia un futuro donde la belleza, la historia y la convivencia tienen su lugar.
Palabras finales
Mostar es una ciudad que invita a la reflexión, donde el contraste entre las ruinas y la vida renovada crea una experiencia única para quien la visita. Es un lugar que desafía al viajero a ver más allá de sus postales. El Puente Viejo sigue en pie, como testigo de una historia que no se rinde. Es un recordatorio de que, a pesar de la guerra y las divisiones, la humanidad siempre encuentra la manera de reconstruir, de sanar. Así, cruzar el puente no solo es un acto de turismo, sino una lección en el poder del renacimiento.